Más allá de Twitter y Elon Musk
Los abusones tecnológicos y el capital riesgo. Ficciones y realidad.
Visitar la cuenta de Twitter de Elon Musk es asistir a un espectáculo bochornoso. Se expone como un enfant terrible, justiciero y gamberro, que se jacta de haber removido los cimientos del sistema y que hace bromas y suelta memes a diestro y siniestro sobre su idea de cobrar 8 dólares por las cuentas verificadas. La idea, por otro lado, ha durado poco. Han tenido que desactivar la iniciativa porque se les llenó Twitter de cuentas falsas verificadas que habían pagado los ocho dólares, incluida una cuenta falsa del propio Elon Musk. Una opereta. De todas formas, mientras le ha durado el entusiasmo, ha usado lo de las cuentas verificadas como cortina de humo. Mientras ha discutido sobre eso con Stephen King o Alexandria Ocasio-Cortez, no ha dedicado tiempo a hablar de despidos o de sus planes demoniacos para seguir ganando poder económico e influencia política, que de esto va el asunto.

La figura del CEO de una empresa tecnológica, ya sea una red social o un emporio de ventas por Internet, ha sido ya glosada en multitud de libros, series o películas. Da igual si hablamos de ficción, documental, novela o ensayo periodístico. Lo inmediato es quedarnos con la idea de que este montón de hombres blancos, con síndrome de Peter Pan y hechos a sí mismos, están aquí para divertirse y facilitarnos la vida con aplicaciones que vienen a mejorar el mundo. Es el sesgo del superviviente. Habrá muchos buenos que se quedaron en el camino pero no se glosan los fracasos. Por desgracia, en los perfiles de éxito abunda un modelo tóxico y nocivo.
Detrás de esas aplicaciones de aspecto naíf y de sus preguntas tipo “Qué estas pensando”, lo que hay en realidad es una industria que gana dinero gracias a nuestros datos y, sobre todo, gracias a nuestras reacciones a las cosas, de ahí que no les importe enfangarse en discusiones y generar malestar. El río revuelto les viene la mar de bien. Ahí tenéis a Amazon, que dejó que se rodaran en sus instalaciones escenas de Nomadland que cuestionaban los derechos laborales de sus trabajadores. En su web se puede comprar esta misma novela o la investigación periodística Estados Unidos de Amazon, de Alec MacGillis, que destripa el modelo (lo tengo pendiente de lectura). Les da igual. Lo importante es que se hable, aunque sea mal.
Ahora que se avecina crisis y parece que la recesión llama a las puertas de Silicon Valley, los despidos se han convertido en la solución y, además de Twitter, Meta y Apple ya se plantean recortes drásticos en las plantillas.

Nada que ver con esa época de vacas gordas que tan bien narra Anna Wiener en Valle inquietante. Si os interesa un retrato fiel de esta industria, os lo recomiendo. Hecho de menos una crítica a la falta de derechos laborales pero parece que no es algo a lo que la autora prestase demasiada atención. Más allá de esto, elabora un perfil derrochador y caprichoso de un sistema ideado para romper toda regla, con unos crecimientos basados en capital riesgo y fundados en entelequias, capitaneados por señores motivadores, muy de nueva era (en una empresa en la que trabajó la autora les exigían estar EALC - Entregados a la causa). Parece que abundan esa clase de tipos que son como esos que quieren vender cursos de desarrollo personal, de cryptos, o de lo que sea en Internet. La experiencia de Wiener, porque el libro es autobiográfico, se puede contrastar en otros productos. Si nos vamos al drama podemos ver, por ejemplo, la serie Super Pumped, la batalla por Uber, donde el fundador de Uber aparece como un psicópata. Es curioso porque el actor Joseph Gordon-Lewitt ha interpretado al fundador de Uber y también a Snowden en la peli de Oliver Stone, dos caras de la misma moneda. Si preferimos comedia, en Silicon Valley podemos asistir a las desventuras del bueno de Richard en un ambiente lleno de trepas y arribistas para el que él no está hecho.
Todos estos casos, no obstante, se centran en su mayoría en historias de lo que ellos llaman empleados cualificados. Los trabajadores que hacen los productos en condiciones de explotación, los de los almacenes o los repartidores parece que no forman parte del glamour de las historias. En Nomadland, por ejemplo, sí podemos conocer las condiciones de los empleados “no cualificados” (sic), de Amazon y en la serie sobre Uber también tienen un papel los conductores. Los trabajadores rasos, los obreros, que apenas salen en series y películas, están en una lucha muy distinta a la que está librando Elon Musk en Twitter. El primer sindicato de Amazon en Estados Unidos se creó en abril de 2022 para acoger a los empleados de almacenes. En Google se sindicaron en 2021 los trabajadores técnicos y están batallando desde entonces. Muchos dicen que son los responsables de la nueva ola de activismo tecnológico. El sindicalismo allí está terriblemente perseguido. En Superstore, una serie sobre los trabajadores de un supermercado, hay una serie de capítulos dedicados a la sindicación. En general, las historias que cuentan sobre el trabajo “no cualificado” en esta serie son espeluznantes.

Obviamente hay un problema grave en la categorización de los trabajadores que no afecta solo a Estados Unidos. Los técnicos, informáticos, programadores, están muy bien pagados, aunque cambien sus derechos laborales por primas y ventajas varias. Siempre he pensado que una oficina con futbolines y salas de descanso lo que pretende es compensar jornadas maratonianas y desregulación horaria, como mínimo. Luego están los que cobran miserias y se tienen que conformar con ser “dueños de su tiempo”, con “libertad para planificar sus jornadas y ser sus propios jefes”. Entrecomillo estas frases porque quiero destacar la mentira que representan. En España, los riders están organizados y luchando para que se reconozcan sus derechos más allá de una Ley que parece que no se está respetando.

En cualquier caso, a estas alturas, las historias de unos y otros parece que ocurran en mundos distintos. Los supermillonarios han conseguido poder económico y político y se dedican a influir en distintos gobiernos. Elon Musk fue asesor económico del gobierno de Trump y los satélites de una de sus empresas están siendo claves para el ejército ucraniano. Musk entró en el consejo del gobierno de Estados Unidos en sustitución de Travis Kalanick, el fundador de Uber. Parece que Jeff Bezos tiene demasiada influencia como para dejarle participar en secretos de estado. Pedro Sánchez se ha reunido con Bill Gates, que tira de ONG para seguir influyendo. Steve Jobs estuvo en las quinielas para entrar a formar parte del gobierno de Bush.
Más abajo, enriqueciéndose con sueldos altos, acciones e incentivos a cambio de dejarse la vida en los teclados están los técnicos. Y por último, los “no cualificados”, que arañan la miseria de un sistema esclavista a cambio de una libertad que les permite decidir entre trabajar sin parar o trabajar sin parar. Los riders que no aceptan trabajos en horas punta son penalizados por el algoritmo. Lo ideal sería que los trabajadores de estos grupos se unieran pero ya se han ocupado las empresas de mantener sus intereses bien diferenciados y enfrentados para que la lucha entre ellos impida la acción conjunta. Los trabajadores de cuello blanco y los de cuello azul son todos eso, trabajadores.
Esperar que estas empresas, de moral dudosa y ética ausente, miren por los derechos de los empleados es ingenuo, como lo es creer que hacen algo por el bien de los consumidores/clientes/usuarios. Los usuarios de estas apps y webs somos también trabajadores de estas empresas porque se enriquecen con nuestros datos (personales, de compras, información de viajes, geolocalizaciones…), nuestros contenido y nuestras reacciones.
Con toda la información que tenemos del funcionamiento de este tipo de empresas podemos reflexionar a la hora de aspirar a ciertos empleos, sabiendo de antemano lo que nos jugamos. Me ha resultado muy interesante esta newsletter que Ignacio Arriaga envió ayer sobre el empleo en las empresas tecnológicas. Habla de la decisión de tener un equipo pequeño o uno grande y de cómo se usa el número de empleados como métrica de crecimiento. Un número que desciende drásticamente cuando aparece la primera piedra en el camino. Además, en sus propias palabras:
El crecimiento masivo es desordenado y genera ineficiencias y duplicidades. Hay empresas que su afán por crecer olvidan que cuando se contrata a alguien están, probablemente, provocando un cambio importante en su vida. Y hay que ser prudente con esto.
Podemos contemplar como oportunidad entrar a formar parte de un mastodonte de Internet, pero procuremos no llevarnos a engaño, en pro de nuestra salud mental. Quizá preferimos ocupar un lugar más pequeño en una empresa mediana que nos garantice derechos a los que de otra forma renunciamos. Podemos querer aceptar un trabajo llevando comida en bicicleta pero procuremos no caer en la trampa de pensar que hay algo de revolucionario en ello. Todo este conglomerado que se vende muchas veces como antisistema es, en realidad, la parte más cruda y descarnada del sistema.
Actualización:
Gracias al feedback incorporo las siguientes informaciones:
Jos me comenta que en YouTube aparecen ofertas de empleo de Just Eat en las que se destaca la contratación de los trabajadores y el cumplimiento de la ley. Just Eat respeta la Ley Rider y tiene contratados a sus repartidores directos (no controlan lo que ocurre en las subcontratas). Su director general analiza el panorama actual en esta entrevista y se lamenta de la falta de control gubernamental sobre las otras plataformas, que está lastrando su propio negocio.
Imma me hace llegar la noticia de que Amazon va a efectuar 10.000 despidos de forma fulminante (un 1% de la plantilla). Durante el confinamiento la empresa multiplicó sus beneficios y creció exponencialmente. Ahora toca recoger cable y paliar las caídas en bolsa. Como premio al hipócrita del siglo, Bezos ha anunciado que donará su fortuna en vida a la lucha contra el cambio climático y contra la división en Estados Unidos, dos problemas que él mismo, a través de su empresa, ha fomentado y de los que se ha beneficiado.